Bajo el Sol de la Toscana

Menos mal que dije "no creo que vuelva a viajar hasta que sea para ir a Valencia" porque el "no creo" deja el suficiente margen como que para lo que he hecho este fin de semana no sea una contradicción. Sí, de nuevo he salido de Bologna, y de nuevo rumbo al sur, pero no tan al sur como la otra vez. Llegar a la región de la Toscana y pasar de largo es algo bastante difícil, así que paramos el bus en Siena; ¿qué mejor ciudad?

Una de las cosas que más me gustan de Italia es que las ciudades con más solera, como Siena o Bologna, consiguen no sucumbir al cambio y seguir siendo ellas en esencia. Me encanta ver como las tiendas (hasta las de más renombre, como Chanel) se acoplan a la estética propia de la ciudad, una estética que no está dispuesta a venderse, nunca mejor dicho.



Pero no todo es ver, también hay que comer y beber. Y es que el viaje incluía una parada en un agroturismo al lado de San Gimigniano, una fattoria (o pequeña granja) donde crían ellos mismos a los animales que necesitan para elaborar sus productos, donde cultivan las uvas que después convertirán en vino y donde te dejan probar todo eso en una especie de casa rural, con techos de vigas y al lado del fuego: un buen ejemplo de como viven en esta región.



Empezamos comiendo y acabamos bebiendo, y bebiendo más. Y nos perdimos, claro. Acabamos en un pajar (sin buscar la aguja, porque no estábamos en condiciones) y al lado de un montón de vacas a las que, por supuesto, ofrecimos de nuestro preciado elixir.

A pesar del frío que pasé y del dolor de espalda que me provocaba, quedé enamorada de aquel sitio. Otra visita obligatoria para todo el que visite Italia, que por cierto, no deja de sorprenderme.

Ah, ya sé lo que me voy a pedir para reyes: una casita en la Toscana.