Rubén Lardín o "escúrrete un limón en una herida abierta y verás"

No recuerdo cuándo ni cómo lo encontré. Supongo que saltando de link en link o por algo que leería en algún sitio. La cuestión es que desde que visité por primera vez el blog de Rubén Lardín me convertí en fans. Imbécil y desnudo, el nombre con que Lardín lo bautizó, no es otra cosa que un meadero urbano en la esquina de una calle, un lavamanos lleno de óxido, un lugar donde, como él mismo dice, "hay que escribir como si estuvieras muerto".

Cada día visitaba su blog antes de acostarme o nada más levantarme. Le leía porque encontraba interesantes las cosas que comentaba y porque admiro que la gente diga las cosas como quiere decirlas, por muy crudas o enrevesadas que sean. Y él, además, tenía gracia para hacerlo (en este contexto, "gracia" es un término que encierra mil adjetivos más). El problema es que tal y como llegó, se fue. Desapareció. El link que tenía guardado en favoritos no funcionaba, ya no me llevaba al templo de Rubén Lardín, un lugar desde el que un "treintañero comemierda" evangelizaba la voz del anacoreta.

Para mi dicha, el otro día me volví a topar con este genio. Hacían referencia a él en otra gran publicación online que sigo día a día. Y no sólo referencia. El desaparecido anacoreta era noticia porque, aunque él no parece entenderlo, el mundo quiere que continúe evangelizando con su fusil de repetición. Imbécil y desnudo pasará de ser un blog a ser un libro, espero que con algo de material inédito. Para él, que le publiquen un libro con el contenido del bitácoras "es una recompensa sin esfuerzo, como quien se encuentra mil duros". Para mí, que le publiquen el libro es poder volver a leer a un escritor que suelta verdades como puños y que te abofetea la misma mejilla una y otra vez.

"Lo siento, la vida es maravillosa, pero el mundo me parece una puta mierda".