
Un paquete de toallitas húmedas y una lata de algún refresco. Ésos son los compañeros habituales de la puta de Albal. Y lo digo desde el más absoluto respeto. Aunque caiga un sol de justicia o el frío te corte las manos y te encorve la espalda, la puta de Albal nunca descansa. Al menos, no de lunes a viernes, días en los que paso por su esquina de bordes redondeados.
Entre una gasolinera y la autovía, por la que más que coches parecen pasar balas, la puta de Albal llama por teléfono. Todas las tardes -siempre y cuando esté libre y no haya nadie que venga a darle trabajo-. Debe de pagar facturas astronómicas. Siempre me pregunto con quién estará hablando. ¿Con una amiga? ¿Con un cliente especial? ¿Con su hermana? Sea quién sea, le ayuda a pasar las horas allí, clavada entre unos hierbajos de esos que nunca mueren.
La puta de Albal me mira siempre al pasar. Como casi todas las prostitutas cuando ven pasar un coche tan cerca. Pero ella es diferente, mira sin pretensiones, sin exigencias. Ella se muestra, pero, a la vez, se esconde tras sus gafas de sol. A veces se refugia dándote la espalda (y enseñando la materia prima). La puta de Albal parece estar esperando eternamente a alguien que la recoja, pero que no lo haga para siempre porque ése es su sitio. Ésa es ella.
Entre una gasolinera y la autovía, por la que más que coches parecen pasar balas, la puta de Albal llama por teléfono. Todas las tardes -siempre y cuando esté libre y no haya nadie que venga a darle trabajo-. Debe de pagar facturas astronómicas. Siempre me pregunto con quién estará hablando. ¿Con una amiga? ¿Con un cliente especial? ¿Con su hermana? Sea quién sea, le ayuda a pasar las horas allí, clavada entre unos hierbajos de esos que nunca mueren.
La puta de Albal me mira siempre al pasar. Como casi todas las prostitutas cuando ven pasar un coche tan cerca. Pero ella es diferente, mira sin pretensiones, sin exigencias. Ella se muestra, pero, a la vez, se esconde tras sus gafas de sol. A veces se refugia dándote la espalda (y enseñando la materia prima). La puta de Albal parece estar esperando eternamente a alguien que la recoja, pero que no lo haga para siempre porque ése es su sitio. Ésa es ella.
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