Hay un programa de televisión para niños que se desarrolla bajo el gris cielo inglés, donde un sol con cara de bebé tan adorable que debe de estar generado por ordenador amanece mientras una pequeña marcha suena de fondo.Y entonces aparecen los Teletubbies –cuatro manchas, actores disfrazados, cada uno con un color de piel distinto, cubiertos con antenas en lo alto de sus cabezas– brincando y jugueteando en un yermo y estéril campo de minigolf en un cesped espacial. Toman posturas de kárate sin una razón aparente. Llevan bolso. Tienen nombres como Dipsy o Tiny-Winky. Tienen caras simiescas, lisas, sin edad. Hablan diciendo fragmentos de frases y las entrecortan, con un aire a camareras japonesas que trabajan en el Sushi Bar del infierno. A veces interactuan con un narrador que les hace preguntas tan importantes como ‘¿qué llevas en el bolso, Tinky-Winky?’.
Como si fuesen niños, los Teletubbis se sorprenden con bolas, sombreros y comida de plástico. Cogen bolas, sombreros y comida de plástico. Bailar alrededor de una planta cogidos de la mano es un pasatiempo especialmente popular. Meten juguetes en las bolsas y luego los sacan con gran fanfarria y coraje. Los minutos pasan mientras los Teletubbies se van y el sol se va poniendo chillando tras ellos. Sobrio, perdiéndote al prestar atención, no tienes ni idea de lo que está pasando. Imaginarse a los actores dentro de esos trajes haciendo “tubbynatillas”, comiendo “tubbytostadas” y probándose sombreros pueden hacer que acabes sirviéndote una copa muy cargada.
Los Teletubbies comparten este lugar con conejos gigantes multicolor que son reales y se amontonan alrededor de camas hechas con flores de plástico (alguien que sabe de esto me dijo que los conejos son tan grandes como corderitos y son una raza exclusiva de este programa).
Empiezan a escucharse ruidos de pedos, los periscopios salen del cesped espacial, una ruleta emite rayos deslumbrantes que hacen que los Teletubbies se acurruquen y se separen, y es entonces cuando unos cuadrados grises empiezan a brillar en sus estómagos.
Estos Oompa Loompas colocados con ácido son realmente televisores –todos llevan orgullosos una pantalla incrustada en sus estómagos, mostrando imágenes de niños reales comportándose de forma extraña como Teletubbies– intentando hacer gimnasia, abriendo bolsas, subiéndose y bajándose los calzoncillos, pensando qué ponerse, cantando sin ton ni son, escapando unos de otros (lo que hacen normalmente mis amigos de Manhattan cada día). Este documental te recuerda la delgada linea que separa los patrones del lenguaje de los niños del de los borrachos.
Aunque carecen de la forzada y perjudicial alegría de Barny, los Teletubbies parecen la perversa idea que tendría un sátiro de un horrible programa infantil visto en un futuro inventado por Huxley u Orwell o Gibson. Recuerdan a los mutantes de ‘Cromosoma 5′, de David Cronenberg, y solo puedes quedarte quieto y pensar: vale, deben haber sido diseñados para trastornarnos. Es un reto. Las calculadas tácticas de Marilyn Manson para provocar no son nada comparadas con estos osos amorosos psicodélicos (un aviso: no escuches ‘The Dope Show’ mientras ves los Teletubbies con el volumen apagado). Realmente preferiría que mis hijos vieran ‘Confesiones en un taxi’ o ‘Deliverance’.
Los sonidos sedantes, el siniestro silencio, las vibraciones New Age, las superficies inmaculadas, todo tan anal y controlado y antiseptico, un mundo donde incluso lo espontaneo parece ensayado, la total falta de humor de todo esto es lo que hace a los Teletubbies tan espeluznantes y los convierte en emblemas de los nuevos padres y madres de mi generación.
Parte de mi resentimiento deriva del hecho de que tengo una edad en la que la mayor parte de mis amigos tienen niños y sientan la cabeza y esto choca con mi estilo de vida soltero: ahora las reservas para cenar se hacen a las 7, se evitan las invitaciones más salvajes, hay indignación con las drogas y la violencia en las películas (esas de antiguos adictos, camellos y ninfómanas). Pero parte de este resentimiento deriva de la hipocresía de los adultos –los creadores de los Teletubbies y los asustados y pensativos padres que plantan a sus hijos delante de la tele– que se sobreidentifican con los niños y quieren un mundo a prueba de bebés. Adultos que quieren un mundo acorde con su propia noción de seguridad.
Barrio Sésamo tenía una loca y anárquica calidad –el ingenio abundaba– a finales de los 60 y principios de los 70. Las marionetas eran alborotadoras y a menudo se confundían con los adultos (figuras de autoridad) que les rodeaban. Había parodias, canciones de rock y un aire a desorden que evidentemente no tiene los Teletubbies y eso hace que sea tan odioso que los artefactos culturales acaben siendo una estupidez esencial que calme a la gente que busca algo puro y familiar. El confort abunda. ¡Hazte Zen! Sshhh.
Te quedas pensando que si el Monstruo de las Galletas u Óscar el Cascarrabias entrasen en el mundo de los Teletubbies, su naturaleza incontrolable obligaría a éstos a arrancarse la mierda televisiva que llevan dentro y hacer que la ruleta gigante hiciera desaparecer sus cuerpos de marioneta.
[encontrado en www.notanexit.net]
5 comentarios:
No le falta razón, interesante texto... Pero la película de David Cronenberg es Cromosoma 3, no 5... (tenía que decirlo).
Pero por lo demás, me ha convencido. Son el demonio...
si, anche io lo trovo convincente...e ripenso alla figlia di mia cugina che li guarda dalla mattina alla sera:devo liberarla!!!:)
Ale(quello che ha la casa tutta per lui...;)
Bueno, que decir de los teletubies...una vez tuve una profesora de inglés nativa (aun en primaria) y se horrorizaba de los Teletubies, y riendo nos contaba que Tinki-winki se usaba en la jerga juvenil inglesa como "masturbación masculina"...nosotros, niños de 11 años nos sonrojábamos. Ahora también, pero por otras cuestiones...
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